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El suicidio de Europa

 

Príncipe Mihail Sturdza

El suicidio de Europa – Príncipe Mihail Sturdza

440 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2021
, Argentina
tapa: blanda
 Precio para Argentina: 1430 pesos

 

 

 

El Príncipe Mihail Sturdza, Ministro rumano de Asuntos Exteriores durante parte de la segunda guerra mundial, narra como testigo de primera fila los entresijos de la historia de Europa del siglo XX.
En los preliminares ocultos o abiertos de los acontecimientos que llevaron a Europa a la más grande tragedia de su Historia, Rumania desempeñó un papel clave y tuvo una posición decisiva en lo que a la posibilidad de evitarla o no. Siendo el único ex Ministro de Asuntos Exteriores de todos los países que se levantaron contra la invasión comunista que no ha muerto ahorcado, fusilado o en la cárcel, Sturza se siente en el deber de legar al mundo la historia de sus hechos más importantes.
Es posible que con este libro por primera vez llegue a ti la verdad de lo acaecido, o un trozo de esa verdad. Es la versión palpitante, temblorosa, indignada, de quien fue su protagonista, y no la cuenta como un memorial al uso, para su recreo espiritual o para proveerse de una pensión honrosa, sino para transmitir las pruebas, para llamar tu atención, para despertarte y azuzar tu mirada cuando tantos y casi todo pretende sumirte en la ceguera, en la dejadez o en la amargura, o en la desilusión o en el arrepentimiento.
Cada página de «El suicidio de Europa» es un manotazo sobre lo ocurrido, desplegado ante ti, pero con explicación de sus causas y con pronósticos de futuro. Es el libro que un rumano dirige a Occidente, una llamada implorante y urgente, varonil y enfervorizada.
Si sigues con atención al Príncipe Sturdza, encontrarás la clave para rehacer sin equívocos ni equivocaciones el rompecabezas desperdigado del mundo en que habitas, y al que no encontrabas explicación verosímil.

 

ÍNDICE

Prólogo a la traducción española7
Cronología analítica9
Prólogo55
Primera parte. Titulescu: Ministro del enemigo
I.- El pasado en nosotros59
II.- Los primeros cargos. Los primeros signos71
III.- La bestia y sus amigos77
IV.- Riga y los pactos de no agresión89
V.- ¡Titulescu en ayuda!99
VI.- Un convenio ferroviario único en su género107
VII.- El asesinato de Marsella y el telegrama extraviado117
VIII.- Titulescu y las alianzas militares con los soviets139
IX.- ¿Reino rumano independiente o protectorado checo-soviético?153
Segunda parte. Carol II: El Rey criminal
X.- El Gobierno Goga. Héroes, engañados y canallas167
XI.- Desde el domingo de ramos a la crucifixión179
XII.- El asesinato de Corneliu Codreanu y la guerra197
XIII.- El sacrificio de Polonia y la matanza de los legionarios213
XIV.- El tirano sin espada227
XV.- El arbitraje de Viena y el Movimiento Legionario237
Tercera parte. Antonescu: El caudillo loco
XVI.- «¡No hemos reconocido la traición!»249
XVII.- Un atormentado257
XVII.- Derramamiento de sangre en Transilvania. Los dos «Forums»269
XIX.- De visita a Berlín. Cuatro igual tres279
XX.- La mentira, eterna arma de los canallas289
XXI.- Otra noche en Jilava295
XXII.- El «putsch» de Antonescu311
XXIII.- ¡Como en los tiempos del Rey Carol II!327
XXIV.- «¡Demasiado tarde, señores!»335
XXV.- Desterrados en países extranjeros343
Cuarta parte. El Rey Mihai: Heredero del pecado
XXVI.- El sendero de los esclavos353
XXVII.- Cuando solamente el honor podía aún ser salvado371
XXVIII.- El final385
XXIX.- Después del final391
Conclusión399
Palabra final417
Epílogo425
Verdad e información425
Anexos431

Prólogo a la traducción española

 

Estas palabras preliminares quisieran cobrar el tono de la arenga, discurrir sobre un pentagrama musical que les infundiera ritmo, coraje, ímpetu. No me gustaría que se leyeran con frialdad, con espíritu de examen, con escrupulosidad de laboratorio.
Si las escribo es porque me arden y porque desearía entregarlas ardiendo y ardidas, con fuerza para contagiar su fuego, con acicate para que el lector, al seguir las páginas apasionantes de «El suicidio de Europa», del Príncipe Sturdza, se pusiera moralmente en pie y se resolviera a desechar prejuicios, a despojarse de las cenizas y los escombros d e la propaganda que pretende hipnotizarnos y paralizarnos, para reaccionar y ponerse en actitud operativa, en posición militante. Porque sin esa postura militante, organizada y viril, el suicidio de Europa no será el título que cabalga sobre el volumen que tienes entre las manos, una penosa, terrible y casi invencible realidad.
Vas a leer este libro con pasión. No podrás dejarlo sobre la mesa. Prolongarás la velada hasta agotarlo. Así es de interesante la vida, aún más que la ficción. Porque la ficción — aunque impresione — te sugiere como secuela el recurso de que todo fue imaginado. Pero la historia no; y aún más ésta, la que narra como testigo de primera fila el Príncipe Sturdza, Ministro rumano de Asuntos Exteriores durante una parte de la última contienda mundial. No fue un ministro burócrata, un técnico en hilaturas diplomáticas sino un servidor sin límites de Rumania, su patria, a la que amó con el amor de los poetas, de los ascetas, de los guerreros, de aquellos hombres contagiados y sublimados por el espíritu de la Legión de San Miguel Arcángel, que fundó y acaudilló Corneliu Zelea Codreanu, mártir de la insidia y del fanatismo de los que no quieren ni saben contener la máquina del odio que les anima.
Vas a darme las gracias, lector, cuando termines de leer «El suicidio de Europa». Y me vas a dar las gracias porque es posible que por primera vez haya llegado a ti la verdad de lo acaecido, o un trozo de esa verdad. Es la versión palpitante, temblorosa, indignada, de quien fue su protagonista, y no la cuenta como un memorial al uso, para su recreo espiritual o para proveerse de una pensión honrosa, sino para transmitir las pruebas, para llamar tu atención, para despertarte y azuzar tu mirada cuando tantos y casi todo pretende sumirte en la ceguera, en la dejadez o en la amargura, o en la desilusión o en el arrepentimiento, cuando, muchos de los que leáis el libro, no tenéis nada de qué arrepentiros y sí mucho de qué enorgullecerás con sinceridad y con nobleza.
Cada página de «El suicidio de Europa» es un manotazo sobre lo ocurrido, desplegado ante ti, pero con explicación de sus causas y con pronósticos de futuro. Es el libro que un rumano dirige a Occidente, una llamada implorante y urgente, varonil y enfervorizada. A mí, español de mi tiempo, «El suicidio de Europa» me ha puesto en claro muchas cosas y ha colocado en su sitio eslabones de una cadena que no acababa de comprender.
Si sigues con atención al Príncipe Sturdza, encontrarás la clave para rehacer sin equívocos ni equivocaciones el rompecabezas desperdigado del mundo en que habitas, y al que no encontrabas explicación verosímil.
Blas Piñar

Prólogo

 

Recuerdos personales, referentes a una época tan gigante por los tormentos que originó y el desastre en que precipitó al mundo, como aquélla que se desarrolló en los años precedentes y los que siguieron a la última Guerra Mundial, parecerán siempre incongruentes ante el montón y el peso de los acontecimientos, aun cuando fueran escritos por un Winston Churchill.
Sin embargo, me he decidido a contribuir con estas páginas a la historia de aquellos tiempos, puesto que en los preliminares ocultos o abiertos de los acontecimientos que llevaron a Europa a la más grande tragedia de su Historia, Rumania desempeñó un papel clave y tuvo una posición decisiva en lo que a la posibilidad de evitar o no aquélla se refiere. Tomando esta decisión, he pensado también en el hecho de que soy el único ex Ministro de Asuntos Exteriores de todos los países que se levantaron contra la invasión comunista que no ha muerto ahorcado, fusilado o en la cárcel.
En todos los momentos importantes, en todas las crisis de esta época, por la naturaleza de mis cargos o por mi propia iniciativa, he estado en contacto con casi todas las personalidades dirigentes de la política rumana. Mas hasta el momento de la anexión a Rusia de Besarabia, no he encontrado entre aquellas personalidades políticas y los partidos que representaban, comprensión alguna por el verdadero significado histórico de los momentos que vivíamos y, por consiguiente, ninguna verdadera comprensión para los intereses rumanos ante la tormenta que se avecinaba. No obstante había dos excepciones: Corneliu Codreanu, el jefe del Movimiento Legionario y Gheorghe Bratianu, jefe del Partido Liberal Disidente. En lo que a Octavian Goga se refiere, existía por suparte esta comprensión, pero no la puso de manifiesto con el vigor y la energía de las dos personalidades anteriormente mencionadas.
Muchos de los protagonistas del drama interno y externo del país, cuyo último acto fue la desaparición del Reino Rumano Independiente, han muerto: unos ante el pelotón de ejecución del enemigo o de la traición; otros en duros trabajos en las cárceles comunistas. Otros buscan inútilmente una solución a su vida en un interminable exilio y en los sufrimientos de los remordimientos, confesados o no, quienes tendrán, tal vez aún la oportunidad de reconocer sus culpas y contribuir a su redención.
Los pecados y los errores han sido trágicamente expiados; las traiciones, si las hubo, que Dios las juzgue. No escribo, pues, ni impulsado por el odio o por la amargura, ni para remover en otros pasiones adormecidas. Tenemos que esperar, en la magnitud de la desgracia común, que SOLAMENTE LA VERDAD ES SALVADORA, QUE SOLAMENTE SOBRE LA BASE DE LA VERDAD SE PUEDE FORJAR LA UNIÓN DE TODO LO RUMANO EN TORNO A LAS ASPIRACIONES INMORTALES DE NUESTRA ESTIRPE; UNIÓN QUE NOS DIO LA FUNDACIÓN DEL ESTADO, EL MILAGRO DE LA PERSISTENCIA DE LOS PRINCIPADOS, LA UNIÓN, LA INDEPENDENCIA Y LA INTEGRIDAD, LA ÚNICA FUERZA QUE, CON LA MISERICORDIA DE DIOS, NOS PROPORCIONARÁ LA RESURRECCIÓN.