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Acerca de una política nacional

 

Ramón Doll

Acerca de una política nacional - Ramón Doll

228 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2019
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 390 pesos

 

 

 

 

 

Es Ramón Doll uno de los más vigorosos escritores de su generación. Es fragmentario, es desordenado, es desigual. Pero tiene estilo y piensa por su cuenta. Y con esas dos cosas es difícil no dejar huella en la actividad que se emprenda. Doll la ha dejado. Y al dibujarla, habremos aquilatado su aporte al acervo intelectual del país.
Su pluma ha denunciado como nadie la influencia de la plutocracia internacional en la Argentina. Muestra cómo la nación se forma a pesar de la ausencia de ideales legítimamente nacionalistas en los cultos y el desamparo en que se hallan las clases populares; cómo la oligarquía se enriquece y oprime para enriquecerse. Para el autor, “la historia de la inteligencia argentina es una historia de deserciones, de evasiones. Jamás en país alguno, las clases cultas y la inteligencia, viven y han vivido en un divorcio igual con la sensibilidad popular, es decir, con su propia sensibilidad”.
Sus estudios, de entonces y de ahora, sobre el pasado y el presente nacionales, son de los más estimulantes que se conozcan. Aun si no se concuerda con él, siempre son una fiesta para el espíritu sus hallazgos de estilo, su fuerte pensar, la pasión que pone en lo que escribe, esa franqueza en el decir que ha renovado el aire del recinto cerrado en que el convencionalismo oficiaba de Minos a sueldo, repartiendo en palabras de miel elogio y censura según los dictados de un empleador plutocrático.
Tener un escritor de la categoría de Doll, con su capacidad para criticar lo que la historia oficial pretende imponer, y, en contraparte, rescatar lo que es importante en la historia de una Nación, es un lujo que muy pocos países se han dado. Si no fuera porque ha resultado tan políticamente incorrecto, su figura sería ampliamente reconocida. Aún así, sus reflexiones sobre la política nacional resultan sumamente importantes para Argentina, por lo que esperamos que con esta nueva edición le pueda ser reconocido su lugar entre los grandes hombres de la Patria.

 

ÍNDICE

Estudio preliminar9
I.- Los vetustos privilegios de la prensa
Por qué la prensa argentina no es un servicio público21
No tienen el habito de sentir los intereses nacionales22
Como la nobleza francesa, “la noche del 4 de agosto...”23
La consecuencia: nos incapacitamos para el servicio publico25
Libertad de pensamiento y de empresa periodística26
El absurdo anfibológico27
Libertad intelectual no es libertad de prensa31
Una anfibología que debe cesar31
Una bolsa de trabajo32
Avisos en general33
Información34
Los diarios grandes son empresas comerciales34
Sigue el equívoco37
Si la prensa es cuarto poder, hay que contrabalancearlo41
II.- La tiranía de los curiales
La Suprema Corte Nacional y su influencia negativa47
Un organo de perturbación nacional: la Suprema Corte51
La opinión publica en Estados Unidos51
¿Puede o no puede la corte anular una ley?53
La verdadera razón es social53
Pasemos a nuestro país54
El centralismo constitucional56
Esa facultad no está en la Constitución56
Una hidra curialesca de tres cabezas: abogado - tribunal - cátedra59
La triangular oligarquía curialesca59
Los estrados60
Los bufetes61
La facultad de derecho62
La gran culpa de los partidos y gobiernos populares62
El gobierno de la clase abogadil65
III.- Las llagas del país: periodismo, materialismo, intelectualismo
Los judíos roen ya la pulpa de la nacionalidad73
Lugones, el apolítico79
Precisemos lo político80
Los móviles del político80
Lugones el apolítico82
Pero carecía del móvil específicamente político82
La inconsecuencia84
La enemiga contra Lugones85
Aníbal Ponce, el pobre hombre87
Una novela pasada de moda: Materialismo Dialéctico93
Inoportunidad94
Repetición antipragmática y antidialéctica94
¿Qué es la dialéctica?95
La lucha de clases97
Troise y Marx98
Una omisión: la plusvalía98
El aspecto político100
Un “documental” valioso de don Carlos Ibarguren103
Maurras, gran pensador y pequeño político107
Espíritu de sistema108
El positivismo de Maurras109
La falla del concepto maurrasiano109
La desconexión de los intelectuales113
Es un fenómeno local114
Causas del divorcio115
El extremismo intelectual116
IV.- Los caminos extraviados
Un hombre a contramano de la realidad argentina: de la Torre121
Hipólito Yrigoyen: un jefe alelado después del triunfo129
El “pequeño hecho”129
El político en su tinta131
Alem132
Yrigoyen traicionó a las masas135
Las causas del fracaso137
Por qué no cayo antes Yrigoyen142
Los servicios del libro143
Alegoría histórica de un proceso político145
La doctrina Drago, chapetonada cara151
Cómo el liberalismo vehiculiza al comunismo157
Piratas y derecho internacional público161
V.- Recomposiciones históricas
El Congreso de 1816167
Rosas, creador de un Estado173
La política de Rosas181
Los centenarios de 1838 a 1848185
“Nuestra estrategia natural y nuestra política contra natura”193
Los traidores al desnudo199
Los ingleses en la Vuelta de Obligado205
Los franceses en 1838209
Esteban Echeverría, mistagogo neblinoso213
VI.- Proposición accidental
Eternidad, de Acevedo Díaz221

ESTUDIO PRELIMINAR

 

Es Ramón Doll uno de los más vigorosos escritores de la generación a que pertenece. Es fragmentario, es desordenado, es desigual. Pero tiene estilo y piensa por su cuenta. Y con esas dos cosas es difícil no dejar huella en la actividad que se emprenda. Doll la ha dejado. Y al dibujarla, habremos aquilatado su aporte al acervo intelectual del país.
Ramón Doll ha hecho crítica literaria y política. La primera no me ocupará mucho, pues no soy el más indicado para juzgar, ni creo que el aporte de que hablo consista en los frutos de su actividad específica en ese terreno. La segunda constituirá el tema principal de este estudio.
No podría sin embargo prescindir absolutamente de examinar a Doll como crítico literario si quiero dar una idea completa de su personalidad. Prescindiré de establecer si en cada caso Doll tuvo o no razón, estuvo o no acertado al censurar o alabar a este o aquel escritor, pues yo no conozco bien todos los libros ni todos los autores que estimularon su actividad crítica; y me he enterado bien de ésta, no en el momento de producirse, sino cuando él la ha recogido en volumen, en sus numerosas colecciones de artículos anteriormente aparecidos en revistas o diarios. En tales condiciones, sólo es posible apreciar la tendencia general de esa actividad, desentrañar su sentido global.
Su característica más aparente es la decidida, la valiente, la desusada franqueza de la crítica de Doll. Pocas veces hubo entre nosotros quien tomara más a pecho y se dedicara con más sentido de la responsabilidad a examinar la producción ajena y a juzgarla de veras según su leal saber y entender. Claro está que esa manera, que contrastaba fuertemente con la crítica habitual de nuestro medio, debía parecer agresiva cuando era desfavorable, hasta cuando era favorable pero no del todo. Y como era forzoso que hallara en la producción comentada por él más motivos de censura que de alabanza, pues en cualquier país del mundo las producciones buenas son más escasas que las malas y la crítica que descubre varios genios por semana es un simple resorte de la publicidad, la de Doll tenía que ser tachada de negativa.
El reproche era de cajón. Tanto más cuanto que nuestro crítico no es muy dado a proponer recetas, soluciones retóricas, para los problemas de estilo que considera mal resueltos. Y como se suele decir que no está bien criticar sin proponer remedio, destruir sin un plan de reconstrucción, Doll tenía que sufrir más que nadie las consecuencias de ese prejuicio. Ahora bien, cumplida la exigencia en virtud de la cual se llama destructores a los críticos que censuran sin sustituirse al artista en su labor, el empobrecimiento espiritual del mundo sería inmediato, pues rara vez facultades como la de razonar y crear u obrar se dan con perfecta armonía en un solo hombre, aunque cada una de las facultades espirituales postule en cada momento a las demás. Todos somos un poco poetas, un poco filósofos, y un poco héroes, pero generalmente somos una de esas cosas más que las otras. La especialidad en que cada uno es más capacitado aprovecha al especialista que es cada uno de nuestros semejantes. Por ejemplo, se ha dado el caso de buenos historiadores que intervinieron en la política de su tiempo y fracasaron lamentablemente, de grandes poetas sin filosofía, y de grandes críticos sin lirismo. Imaginar lo hacedero es algo muy diferente de juzgar lo ya hecho. Pero no por saberse privado de una de esas facultades dejará el que se cree dotado para otras de ejercitarlas. Sobre todo cuando no lo desvela el recuerdo de los hombres múltiples como Leonardo de Vinci, o de los que, como Julio César, son tan capaces de hacer historia como de escribirla.
Lejos de ser negativa, la crítica literaria de Doll ha prestado más servicios a los libros atacados por él que quienes los alababan sin entera convicción o por compromiso. Al mismo tiempo que destacaba sus errores señalaba sus méritos, haciendo ambas cosas con igual pasión y vigor de estilo. De modo que un elogio hecho de pasada adquirirá bajo su pluma más relieve que bajo la de los panegiristas de profesión, que el autor en trance de publicar un libro suele procurarse con ahínco. Pues lo singular es que este supuesto negador es uno de los pocos espíritus sinceramente abiertos al mérito ajeno, o lo que él cree tal. En un medio intelectual como el nuestro, donde hasta hace poco la regla era el aislamiento de los mejores, la guerra sorda entre ellos, donde la alabanza pública o el silencio acerca del contemporáneo no se usaba sino para esconder la saeta envenenada con que se trataba de anular a un rival, y donde la unión no solía ser sino mera confederación de bastardos intereses al margen de la literatura, sin que ni entre estos mismos confederados la lisonja adquiriera jamás el tono de la convicción apasionada, Ramón Doll introdujo esa pasión que faltaba. Pasión de destruir, sí, lo que clamaba a gritos por un destructor. Nadie ha sido más generoso que Ramón Doll, más tesonero para pregonar méritos ajenos, para convertir ese pregón en algo trascendente al autor o al libro que era objeto de su crítica, por la forma en que tiene costumbre de asociar el hecho pasajero con los movimientos permanentes de la vida nacional o con las grandes ideas que mueven al mundo.
Modalidad, por otra parte, que es el motor principal de sus apasionadas negaciones. Pues si algo ha movido a Doll a escribir con esa pasión que pone en sus censuras —como en sus alabanzas— hasta el punto de extraviarlo a las veces (en los dos sentidos), es que la crítica literaria rara vez se aparta en su espíritu de la crítica sociológica. Y el leitmotiv de sus negaciones ha sido reprochar a los escritores argentinos que se evadieran de la realidad nacional, que no lograran romper esa tradición de divorcio entre la inteligencia y la realidad nacionales cuyos orígenes en nuestro pasado él fue de los primeros en localizar y denunciar. A unos contemporáneos les reprochaba su evasión en los temas, a otros la manera de tratarlos. Y en la mayoría de los casos sus ataques a los autores que comentaba eran mucho menos dardos de la mordacidad sin objeto que gritos de angustia o de indignación al ver cómo se pierden cualidades literarias debido a la trágica circunstancia apuntada.
Ello se confirma por la semejanza del criterio aplicado a los clásicos de nuestra literatura. Habida cuenta de las diferencias de época, habida cuenta de los poderosos motivos que tuvieron los Sarmiento y los Alberdi para hacer y escribir lo que hicieron y escribieron, Doll radica el origen de los males argentinos en la tradición por ellos iniciada de no adecuar la inteligencia a la realidad y de querer por el contrario modificar la realidad según los dictados de la inteligencia aun donde ésta, lejos de tener jurisdicción sobre aquélla, comete una evidente usurpación. Haber señalado, destacado, pregonado, en todos los tonos esa verdad es el gran aporte de Ramón Doll al acervo intelectual del país. Su aporte entraña el descubrimiento de otras verdades. Pero ninguna tan importante, tan útil como ésta. Y lo que le da más importancia todavía, a la vez desde el punto de vista de la valoración del escritor y de la solidez de la verdad en cuestión, es que su descubridor o pregonero la mantenga idéntica a través de una evolución que no quiero tratar en este prólogo como uno de sus temas esenciales, pero que no puedo excluir totalmente de mi comentario.
No trato así de pasada este punto por temor de no poder explicar o defender la evolución de un espíritu, el balance de cuya acción me parece de alto beneficio para nuestro país. Ninguna evolución es inexplicable ni indefendible cuando no es evidentemente el fruto de la mala fe o el interés mezquino. Y el que no habiendo tenido la felicidad de dar sus primeros pasos con ayuda de buenos andadores no halla en el curso de una carrera algo larga nada que olvidar ni nada que aprender, no es siempre y en todos los casos el que da pruebas de mayor inteligencia ni de más carácter. De otro lado, la evolución de Doll puede no haber sido tan grande como se cree o parece, si no en cosas fundamentales por sí, en las cosas que para él son las fundamentales. Puede no haber evolucionado sino entre rótulos desplazados, invertidos, por la sola evolución de las circunstancias, y estar en la nueva posición más cerca de lo que buscó al principio de su carrera que si se hubiese quedado en su posición inicial. Cierto, si se considera la tendencia general de su prédica actual y se la compara con la tendencia general de su estreno o iniciación literaria y política, su evolución es aparentemente grande. Mas puede tratarse en gran parte de apariencias. El cambio puede notarse en los medios de que habla, no en los fines que persigue. ¿No está por ejemplo tan alejado de la plutocracia internacional y de los argentinos evadidos de la realidad nacional ahora que se lo considera hombre de derecha como cuando se le consideraba hombre de izquierda? Pero, repito, el asunto no es de mi incumbencia en este estudio, y no lo toqué sino para realzar por contraste la permanencia de algunas directivas esenciales en la actividad de Ramón Doll y que constituyen y habrían constituido en todo evento, con evolución o sin ella, su aporte al acervo intelectual del país.
Llama, en efecto, la atención que desde sus primeros libros, publicados entre 1929 y 1930, basta este último que presenta la Editorial Difusión, en 1939, es decir, durante el espacio de tiempo que nuestro país ha presenciado vuelcos más trascendentales en los hombres y en las cosas, de tal manera que pocos hombres y cosas permanecen en el mismo lugar que ayer ocupaban, este escritor, que ha sido de los más atacados por hacer despacio y a pasos contados lo que casi todo el mundo se cree con derecho a hacer de golpe, mantenga el mismo interés por tantos temas a través de una evolución tan importante como la que ha cumplido. Porque, en efecto, en muchos casos la permanencia de Doll no se limita a ver la realidad tal como es, juzgándola hoy de otro modo que ayer, sino que llega hasta mantener los mismos o parecidos juicios de valor sobre la misma realidad, en las dos etapas diversas de su carrera espiritual. Sobre la constitución política (esencial, no literal) de los países sudamericanos, sobre el origen de esa constitución, sobre las ideas directrices de los grandes libertadores, sobre la retórica unitaria, sobre los supuestos “organizadores” del 53, sobre la derrota del federalismo, sobre los hombres del régimen, sobre los superficiales “argentinismos” anteriores a 1930 y los no menos superficiales “nacionalismos” posteriores a la misma fecha, sobre el idéntico carácter de evasión que reviste la reacción criollista contra las formas políticas extranjeras importadas en 1853 por parte de los que representan la tradición de los importadores de aquellas concepciones, sobre la influencia de la plutocracia internacional en la Argentina, Doll no ha modificado la esencia de sus apreciaciones entre las dos fechas que delimitan su labor escrita. Podrá haber introducido modificaciones de detalle en algunas de ellas, pero en la mayoría de los casos no creo que haya vuelto sobre ellas sino para completarlas, para enriquecerlas y perfeccionarlas con las nuevas luces que le haya suministrado una experiencia vivida y leída de diez intensos años.
Sin duda, quienes no tienen la misma formación intelectual que Doll disentirán de él muchas veces sobre la manera de encarar aquellos temas. No sólo la de antes sino también la de ahora. Pero quienes den a esos temas la importancia que tienen en la vida intelectual y política argentina del momento, no le podrán negar a Doll su mérito como uno de los principales iniciadores y como consecuente explorador del asunto. Para medir el mérito de esa tarea bastará recordar el reportaje hecho a Doll en Literatura Argentina y publicado en 1930 en uno de sus libros. En esa pieza capital para la comprensión de su obra, retomando la mayoría de los temas examinados por él desde su estreno en la literatura, tiene la valentía y el profetico acierto de ofrecérselos a su generación como el mejor objeto de su vocación específica. Hablando de la indisciplina y rebeldía de sus contemporáneos, dice parecerle que ellos están en la verdad al odiar la inteligencia criolla anterior, “por la aparentemente paradójica razón de que esa inteligencia no le ha sabido dar una fórmula de nacionalismo consciente”. El crítico actual es, agrega, “el acusador de la inteligencia argentina, porque es su primera víctima”. Porque “la historia de la inteligencia argentina es una historia de deserciones, de evasiones. Jamás en país alguno, las clases cultas y la inteligencia, viven y han vivido en un divorcio igual con la sensibilidad popular, es decir, con su propia sensibilidad”.
“Nuestra cultura ha vivido siempre desasida, desprendida del país; se desliza, se desentiende, no se arraiga ni se nutre de las savias nacionales. Y en definitiva habría que decir que no es cultura. Esto no es de ahora, siempre ha sido así. Ayer abominó del gaucho, hoy está abominando o comienza a abominar del inmigrante, y ambos, gaucho ayer e inmigrante hoy, constituyen las únicas realidades argentinas, lo esencialmente argentino que hubo en otro tiempo y que hay ahora. Yo no sé qué fatalidad quiere que la Argentina se tenga que formar sin la colaboración de la inteligencia, de la idea”. Y después de hacer el proceso a los unitarios, a los llamados “organizadores” del 53, a Sarmiento, que “veía la verdad y huía de ella, absorbido por preocupaciones políticas”, esboza una revisión del juicio implicado en la famosa antítesis sarmientesca de civilización y barbarie, revisión que se para en Urquiza (no en cuanto Urquiza es servidor del programa liberal sino en cuanto es representante del caudillismo llamado bárbaro), pero que debía lógicamente llevarlo hasta Rosas. Luego muestra cómo la nación se forma a pesar de la ausencia de ideales legítimamente nacionalistas en los cultos y del desamparo en que se hallan las clases populares; cómo la oligarquía se enriquece y oprime para enriquecerse, y cómo “los intelectuales o se anegan en una política gárrula que dicta leyes y pronuncia discursos que no tienen nada que ver con la vida nacional, con la realidad argentina, o se refugian en una desdeñosa indiferencia hacia todo lo que los rodea, así el paisaje como los hombres”; cómo el intelectual destructor “ayer destruía lo raigal que, era criollo, en nombre de lo europeo, y hoy destruiría lo europeo, transplantado, en nombre de lo criollo desaparecido”, destruido por sus antecesores. Esa impresionante fórmula precede a la conclusión: “el resentimiento mayor de nuestra generación contra las pasadas es esta orfandad en que nos han dejado’’, “nuestra generación es la primera en la Historia argentina que ha hecho un esfuerzo americano y nacionalista por definirse y encontrarse. Esa es su vocación”.
Verdad esta última más verdadera de lo que pudiesen sospechar quienes se llamen a engaño con los programas verbales de diversas generaciones que se iniciaron sosteniendo el mismo propósito para traicionarlo a poco andar, muchas veces antes de haber dado el primer paso hacia su realización. Conspicua entre todas, por su tentativa abandonada y por la audacia con que tergiversó su abandono, la generación de los llamados organizadores de la nación. Habiéndose iniciado con un programa nacionalista bastante bien razonado para su época, y que de realizarse habría tenido consecuencias trascendentales para la Argentina y Sudamérica, volvió casaca a la primera dificultad, entregándose a la tarea opuesta a su primera inspiración. Pero su mayor pecado no estribó todavía en esa defección, sino en haber trastrocado los valores de tal modo que su internacionalismo pareciera nacionalismo, y que la nación creyera siempre que su ventaja, su grandeza como tal, eran los males a evitarse; y su desmedro y su empequeñecimiento, los benéficos fines a perseguirse.
Bueno es recordar esas cosas para impedir que a nuestra generación le ocurra semejante aventura. Ella le va dando hasta ahora la razón a la profecía de Doll. Pero su empresa es demasiado difícil; y todas las precauciones que tome para sobreponerse a las dificultades y conocer los escollos a salvar serán pocas. Como todo buen profeta, Doll ha contribuido al acierto de sus propias previsiones trabajando en realizarlas. Su obra es una realización parcial del programa que les ofreciera en 1930 a sus compañeros de generación. Sus estudios, de entonces y de ahora, sobre el pasado y el presente nacionales, son de los más estimulantes que yo conozco. Y hace tiempo que basándome en sus notables trabajos de diversas épocas sobre Sarmiento y sobre Alberdi yo le reclamo con ahínco que trate a esos autores clave en libros que sólo él puede escribir. Se podrá disentir, y a menudo se disiente, con su manera de encarar este o el otro problema, con su manera de tratarlo en este o el otro detalle y a veces con todo un estudio de Doll, como me pasa a mí con sus apreciaciones sobre el radicalismo e Yrigoyen, y sobre otros temas, donde se observa su tendencia crítica a destacar la parte negativa en vez de la positiva que hay en un hombre o un movimiento políticos. Pero aun en medio de sus errores, siempre son una fiesta para el espíritu sus hallazgos de estilo, su fuerte pensar, la pasión que pone en lo que escribe, esa franqueza en el decir que ha renovado el aire del recinto cerrado en que el convencionalismo oficiaba de Minos a sueldo, repartiendo en palabras de miel elogio y censura según los dictados de un empleador plutocrático. Imposible el perfecto acuerdo con un escritor cuya trayectoria intelectual se ha hecho en las condiciones descritas por el mismo Doll, sobre todo cuando quien debe acordarse con él no ha sufrido menos inconvenientes, como así todos los hombres de esa generación llamada según él a dotar al país de un programa nacionalista verdadero. Lo deseable, además del acuerdo firme en el propósito general, es el acuerdo sobre un mínimo, no de soluciones concretas (lo que sería mucho pedir) sino de acertadas intuiciones, visiones, de la realidad argentina. Y en este sentido, Doll es de aquellos que colman nuestros deseos. Sus escritos de ayer y de hoy están llenos de esos aciertos que pedimos, como sin duda lo estarán los de mañana, pues su espíritu parece hallarse conformado especialmente no tanto para juzgar como para ver a la Argentina tal como es.
Julio Irazusta Buenos Aires, mayo de 1939.