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El Rey del mundo

René Guénon

El Rey del mundo - René Guénon

148 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2016
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 170 pesos
 Precio internacional: 17 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Modernamente, autores como Saint-Yves d´Alveydre y Ferdynand Ossendowski han hecho referencia a un centro iniciático misterioso designado bajo el nombre de Agarttha y su jefe el Brahmâtmâ, llamado también el Rey del mundo. Sin embargo, este centro, en muy diversas épocas y lugares, desde muy diversas fuentes, ha sido ya conocido. Relatos de este género son algo corriente en Mongolia y en toda el Asia central; e incluso existe algo parecido en las tradiciones de casi todos los pueblos. De todas ellas se puede sacar como conclusión la existencia de una tierra santa por excelencia, prototipo de todas las demás tierras santas, un centro espiritual al cual estarían subordinados el resto de centros. Esta Agarttha, un centro sagrado e inviolable, es el lugar donde se conserva la tradición primordial, inaccesible para la mayoría de los hombres, aunque no para los iniciados.
También el título de «Rey del Mundo», tomado en su acepción más elevada, la más completa, se aplica propiamente a Manu, el Legislador primordial y universal, cuyo nombre se encuentra, bajo formas diversas, en un gran número de pueblos antiguos. Este nombre en realidad designa a un principio, la Inteligencia cósmica que refleja la Luz espiritual pura y formula la Ley (Dharma) propia a las condiciones de nuestro mundo o de nuestro ciclo de existencia; y es al mismo tiempo el arquetipo del hombre considerado especialmente en tanto que ser pensante (en sánscrito mânava).
René Guénon se encarga aquí de estudiar los diversos Centros Espirituales del Mundo, y explicar lo que estos representan, tanto en el orden simbólico como en el de la existencia propiamente dicha, así como aquellas individualidades que representan en la tierra estos centros divinos, y principalmente de aquel que los integra a todos en sí mismo, siendo así el jefe de la jerarquía iniciática que ejerce la función del Chakravarti (el que hace girar la rueda), y el título del Rey del Mundo como el POLO (Dhruva sánscrito), o el EJE espiritual (Qutb Islamico). Es el Rey del Mundo quien sintetiza en sí mismo el Poder Sacerdotal y Real, que posee esencialmente una función ordenadora y reguladora.
Entre Oriente y Occidente, Guénon establece insospechados trayectos, vínculos y continuidades, demostrando la coherencia del conocimiento simbólico y sacando a la luz la riqueza de una sabiduría iniciática que fuera soslayada por el racionalismo.
Este breve pero profundo estudio es para muchos una de las obras más complejas y reveladoras de René Guenón, donde habla y se expresa sobre cosas que otros han preferido callar, o han entendido muy mal en Occidente.

 

ÍNDICE

I.- Nociones sobre el «Agarttha» en occidente7
II.- Realeza y pontificado13
III.- La «Shekinah» y «Metatron»23
IV.- Las tres funciones supremas33
V.- El simbolismo del Grial43
VI.- «Melki-Tsedeq»51
VII.- «Luz» o la morada de la inmortalidad63
VIII.- El centro supremo oculto durante el «Kali-yuga»71
IX.- El «omphalos» y los bétulos77
X.- Nombres y representaciones simbólicas de los centros espirituales 87
XI.- Localización de los centros espirituales93
XII.- Algunas conclusiones101
Anexo I.- Un texto medieval sobre el rey del mundo105
por Dario Chioli
Anexo II.- Melkitsedeq o la tradición primordial113
Jean Tourniac
Anexo III.- El centro del mundo* 141
por Mircea A. Tamas

Nociones sobre el «Agarttha» en occidente

 

«La obra póstuma de Saint-Yves d´Alveydre titulada Mission de l´Inde, que fue publicada en 1910, contiene la descripción de un centro iniciático misterioso designado bajo el nombre de Agarttha; por lo demás, muchos lectores de este libro debieron suponer que eso no era más que un relato puramente imaginario, una suerte de ficción que no reposaba sobre nada real. En efecto, si se quiere tomar todo al pie de la letra, hay en eso inverosimilitudes que, al menos para aquellos que se atienen a las apariencias exteriores, podrían justificar una tal apreciación; y sin duda Saint-Yves había tenido buenas razones para no hacer aparecer él mismo esta obra, escrita desde hacía bastante tiempo, y que verdaderamente no estaba puesta a punto. Por otra parte, hasta entonces, en Europa no se había hecho apenas mención del Agarttha y de su jefe, el Brahmâtmâ, más que por un escritor muy poco serio, Louis Jacolliot, cuya autoridad no es posible invocar; por nuestra parte, pensamos que éste había oído hablar realmente de estas cosas en el curso de su estancia en la India, pero que después las ha arreglado, como todo lo demás, a su manera eminentemente fantasiosa. Pero, en 1924, se ha producido un hecho nuevo y un poco inesperado: el libro titulado Bêtes, Hommes et Dieux, en el que M. Ferdinand Ossendowski cuenta las peripecias de un viaje accidentado que hizo en 1920 y 1921 a través de Asia central, encierra, sobre todo en su última parte, relatos casi idénticos a los de Saint-Yves; y el ruido que se ha hecho alrededor de este libro proporciona, creemos, una ocasión favorable para romper finalmente el silencio sobre esa cuestión del Agarttha.
Naturalmente, espíritus escépticos o malévolos no han dejado de acusar a M. Ossendowski de haber plagiado pura y simplemente a Saint-Yves, y de revelar, en apoyo de esta alegación, todos los pasajes concordantes de ambas obras; hay efectivamente un buen número de ellos que presentan, hasta en los menores detalles, una similitud bastante sorprendente. Primero, hay lo que podría parecer más inverosímil en Saint-Yves mismo, queremos decir, la afirmación de la existencia de un mundo subterráneo que extiende sus ramificaciones por todas partes, bajo los continentes e incluso bajo los océanos, y por el cual se establecen comunicaciones invisibles entre todas las regiones de la tierra; por lo demás, M. Ossendowski, que no toma en cuenta esta afirmación, declara incluso que no sabe qué pensar de ella, aunque la atribuye a diversos personajes que él mismo ha encontrado en el curso de su viaje. Hay también, sobre puntos más particulares, el pasaje donde el «Rey del Mundo» es representado ante la tumba de su predecesor, el pasaje donde se trata del origen de los Bohemios, que habrían vivido antaño en el Agarttha, como muchos otros todavía. Saint-Yves dice que hay momentos, durante la celebración subterránea de los «Misterios cósmicos», donde los viajeros que se encuentran en el desierto se detienen, donde los animales mismos permanecen silenciosos; M. Ossendowski asegura que él mismo ha asistido a uno de esos momentos de recogimiento general. Hay sobre todo, como coincidencia extraña, la historia de una isla, hoy día desaparecida, donde vivían hombres y animales extraordinarios: ahí, Saint-Yves cita el resumen del periplo de Jámbulo por Diodoro de Sicilia, mientras que M. Ossendowski habla del viaje de un antiguo budista del Nepal, y no obstante, sus descripciones se diferencian muy poco; si verdaderamente existen de esta historia dos versiones que provienen de fuentes tan alejadas la una de la otra, podría ser interesante recuperarlas y compararlas con cuidado.
Hemos tenido que señalar todas estas aproximaciones, pero tenemos que decir también que no nos convencen en modo alguno de la realidad del plagio; por lo demás, nuestra intención no es entrar aquí en una discusión que, en el fondo, no nos interesa más que mediocremente. Independientemente de los testimonios que M. Ossendowski nos ha indicado por él mismo, sabemos, por fuentes muy diferentes, que los relatos de este género son algo corriente en Mongolia y en toda el Asia central; y agregaremos a continuación que existe algo parecido en las tradiciones de casi todos los pueblos. Por otra parte, si M. Ossendowski hubiera copiado en parte la Mission de l´Inde, no vemos muy bien por qué habría omitido adrede algunos pasajes, ni por qué habría cambiado la forma de algunas palabras, escribiendo por ejemplo Agharti en lugar de Agarttha, lo que se explica al contrario muy bien si ha recibido de fuente mongola las informaciones que Saint-Yves había obtenido de fuente hindú (ya que sabemos que éste estuvo en relaciones con dos hindúes al menos); tampoco comprendemos por qué habría empleado, para designar al jefe de la jerarquía iniciática, el título de «Rey del Mundo», título que no figura en ninguna parte en Saint-Yves. Aunque se debieran admitir algunos plagios, por eso no sería menos cierto que M. Ossendowski dice a veces cosas que no tienen su equivalente en la Mission de l´Inde, y que son de las que ciertamente no ha podido inventar de ninguna manera, tanto más cuanto que, mucho más preocupado de política que de ideas y de doctrinas, e ignorante de todo lo que toca al esoterismo, ha sido manifiestamente incapaz de aprehender él mismo su alcance exacto. Tal es, por ejemplo, la historia de una «piedra negra» enviada antaño por el «Rey del Mundo» al Daläi-Lama, transportada después a Ourga, en Mongolia, y que desapareció hace cerca de cien años; ahora bien, en numerosas tradiciones, las «piedras negras» desempeñan un papel importante, desde la que era el símbolo de Cybeles hasta la que está engastada en la Kaabah de la Meca. He aquí otro ejemplo: el Bogdo-Khan o «Buddha vivo», que reside en Ourga, conserva, entre otras cosas preciosas, el anillo de Gengis-Khan, sobre el cual hay grabado un swastika, y una placa de cobre que lleva el sello del «Rey del Mundo»; parece que M. Ossendowski no haya podido ver más que el primero de esos dos objetos, pero le habría sido bastante difícil imaginar la existencia del segundo: ¿no habría debido venirle naturalmente al espíritu hablar aquí de una placa de oro?
Estas pocas observaciones preliminares son suficientes para lo que nos proponemos, ya que permanecemos absolutamente ajenos a toda polémica y a toda cuestión de personas; si citamos a M. Ossendowski e incluso a Saint-Yves, es únicamente porque lo que han dicho puede servir de punto de partida a consideraciones que no tienen nada que ver con lo que se podría pensar del uno y del otro, y cuyo alcance rebasa singularmente sus individualidades, tanto como a la nuestra, que, en este dominio, no debe contar tampoco. No queremos librarnos, a propósito de sus respectivas obras, a una «crítica de textos» más o menos vana, sino aportar indicaciones que todavía no han sido dadas en ninguna parte, a nuestro conocimiento al menos, y que son susceptibles de ayudar en una cierta medida a elucidar lo que M. Ossendowski llama el «misterio de los misterios».